Anticuerpos

Llevo más de veinte años poniendo copas. Créeme, he visto de todo. Y te digo una cosa: llega un momento en el que ya no hay nada por descubrir. Da igual dónde esté el garito, da igual la edad de la peña, no importa el año en el calendario. Al final solo hay unos pocos tipos de clientes, igual que en la vida solo hay unos pocos tipos de personas. Yo los veo en la barra y a las dos frases ya sé a qué clase pertenecen. El Narcisista. El Peter Pan. El Deprimido que en realidad es un Narcisista. Si es que está todo inventado.

Este nuevo curro es raro y tiene sus riesgos, pero más cornadas da el hambre. Si tienes que buscar esta frase en internet, es porque eres mucho más joven que yo. Pero ya te lo he dicho: son más de veinte años poniendo copas. Echa cuentas. El curro es raro porque estas fiestas son ilegales. Se entra con contraseña o acompañado de alguno de los relaciones públicas, esos que están apostados en la esquina y ofrecen chupitos a las chicas guapas. Se promociona en grupos privados de Telegram. La policía puede llegar en cualquier momento y cerrar el chiringuito pero, mientras eso ocurre, aquí se disfruta de la vida. La música no para, la barra no cierra y en la pista se baila como si no hubiera mañana. Más bien como si no hubiera presente, porque este local sigue anclado en el 2019. Nadie lleva mascarilla, no tenemos ventilación y la distancia social es un concepto que se desconoce. Nunca he visto tanta gente amontonada y cantando a voz en grito, y mira que llevo tiempo en esto. ¿Tengo miedo? Yo creo que ya lo he pasado, allá al principio de la pandemia, pero, por si acaso, llevo meses sin ver a mi madre. Más cornadas da el hambre.

El tipo lleva un buen rato sentado en uno de los taburetes de la barra con una única cerveza delante de la que ni siquiera bebe. El Cutre. Esos son un coñazo, sobre todo si encima quieren charla. Algunos buscan psicoterapeuta y mejor amiga, todo por el precio de un botellín. Este, al menos, no habla. Lleva casi una hora ahí, observando el local con cara triste. El Cutre Triste. Da un trago a su cerveza, se come un cacahuete del cuenco que a veces sacamos y que apuesto a que no se ha lavado desde el 2016. Me fijo en que de vez en cuando toquetea la barra o el taburete y luego se lleva los dedos a la boca.

—No es muy higiénico eso. —Hay días que no me puedo contener, sobre todo con los que sé que no van a pasar del primer tercio.— Mira, ahí tenemos gel hidroalcohólico.

Señalo nuestro mísero y único bote, que mi jefe insiste en colocar en medio de la barra para que quede claro que aquí se respeta el protocolo Covid.

El tipo se encoje de hombros. No está mal, todo hay que decirlo. Más joven que yo, delgado pero fibroso, y con una cara interesante. Pero ya sé que no está en la barra para ligar con la camarera, porque lleva ahí casi una hora y apenas me ha mirado.

—¿Siempre está esto tan vacío?— Tiene un acento raro. Extranjero. Últimamente tenemos un montón; franceses, sobre todo.

—Es que has venido pronto. El toque de queda es a las once y partir de ahí es cuando se suele llenar esto. ¿Te pongo otra cervecita?

El Extranjero Cutre niega con la cabeza. A lo mejor necesita un poco más de conversación para animarse. Tengo que reconocer, además, que el tipo me intriga un poco.

—Tú no eres de por aquí, ¿no? ¿French? ¿English?

—No, no. Soy de aquí. Vivo en… bueno, en lo que ahora se llama Chamberí. Lo que pasa es que soy… de otro año. Vengo del futuro.

Madre de Dios. El “Zumbao”. Eso, o está hasta arriba de algo, pero la verdad es que no lo parece. Es un poco temprano, además. A falta de otros clientes que atender, decido darle un poco de cháchara, a ver por dónde me sale.

—Ahh… del futuro. Claro, hombre. ¿De qué año?

—No te lo crees. Y es lógico, por supuesto. Pero te aseguro que es la verdad. Vengo del 2089, por si te interesa.

—Del 2089… Y te has venido al 2020 porque es un año fantástico, claro.— Me da la risa; no lo puedo evitar. Yo soy muy respetuosa con los clientes, siempre, sean drogadictos en el peor antro de Madrid o famosos en una fiesta de La Moraleja. Pero es que tiene gracia, coño.

—Ya sé que suena a chiste, pero es que todo depende de con qué lo compares.

—¿Y el 2020 es mucho mejor que el 2089? Pues qué depresión, chico. Menos mal que no viviré para verlo.

—Pues no sé, la verdad. Pero si quieres lo averiguo…

—Deja, deja. Y dime, hombre del futuro. ¿Qué te ha traído a este humilde local del 2020? Me da la sensación de que no es por la cerveza.

El tipo mira a su alrededor y luego se observa los zapatos, como si no estuviese seguro de si contármelo o no.

—Bueno… la verdad es que no sé si debo decirlo. Por el rollo de alterar los acontecimientos y tal. Pero en fin, supongo que mi presencia aquí ya estará alterándolos lo suficiente. En el 2089 tenemos una pandemia mucho peor que esta. Terrible, devastadora. Algo nunca visto. Ni el Ébola, ni el Covid, ni el TRARS del 2044… No puedes imaginártelo, de verdad. La gente está muriendo a millones…

Por un momento me da la sensación de que va a empezar a llorar y estoy tentada a ponerle otro botellín. Pero solo por un momento.

—El caso es que aún no hemos conseguido desarrollar una vacuna, y mira que ha avanzado la medicina. Hay fármacos para alargar la vida hasta los ciento cincuenta años. Alargadores de los telómeros, ¿sabes?... Da lo mismo. Tanto avance para vivir más y mejor, y ahora nos está devastando un virus prehistórico. Solo hay una cosa que puede protegerte y por eso estoy aquí.

—¿Los cacahuetes rancios?

—No, los anticuerpos de Covid. Los únicos que tienen inmunidad contra el nuevo virus son los que pasaron la Covid de niños o adolescentes. Los científicos no saben por qué, pero la gente que tiene anticuerpos de Covid no enferma. No los que se vacunaron, sino los que la pasaron de forma natural en su momento. Nadie tiene la más remota idea de por qué y no han conseguido replicarlo en un laboratorio.

Veinte años poniendo copas y nunca había escuchado una cosa así. Decido seguirle el rollo.

—Y tú… espera, déjame pensar. Tú no tuviste Covid. Vamos, que ni has nacido.

—Exacto. Hasta el 2058 no nazco.

—Y estás aquí para…

—… Para contagiarme y volver a mi año con los anticuerpos que funcionan.

Arqueo una ceja.

—Y eso parece que es como coger el Metro. ¿Cuándo se inventan los viajes en el tiempo, para que me entere yo?

El tipo ha dejado de mirarme y ahora observa la entrada del local con atención. Han levantado el cierre metálico y está entrando bastante gente a la vez. Debe de haber empezado el toque de queda.

—Eh… eso no puedo contarlo —dice distraído.— No está al alance de todo el mundo, pero algunos, un grupo muy pequeño, estamos trabajando en ello. Oye, a los que entran no les toman la temperatura ni le hacen test de antígenos, ¿verdad?

Test de antígenos, dice. Voy a contestarle, pero de pronto da un salto y se marcha hacia la pista, que está empezando a llenarse. El DJ pincha algo de Dua Lipa . La cerveza, por supuesto, no la ha pagado.

 

 

*.                  *                   *

 

Al día siguiente tengo el segundo turno, así que llego a las tres. El garito está a reventar; doblamos el aforo por lo menos, y mi compañera en la barra no da abasto. Sonríe cuando me ve y yo me pongo inmediatamente a servir copas.

—Ha pasado algo gracioso antes —me cuenta.— ¿Ves al tío aquel bailando con la francesa? Ha intentado pagarme un botellín con un tatuaje súper guapo que lleva en el brazo. Que es que viene del futuro, me suelta, y que ha llegado al 2020 sin euros. Me ha dado pena y le he dejado irse.

Miro hacia la pista y veo al Hombre del Futuro morreándose con una chica rubia y alta que está aquí casi todos los fines de semana. No es francesa, es belga, pero como al principio no lo sabíamos se ha quedado con ese nombre.

—¡Le conozco! Ya estuvo ayer y también se fue sin pagar. Ha venido del 2089, o algo así, para contagiarse de Covid.

En la barra, un tipo barbudo con gafas se está tomando un gin tonic. Es otro de los habituales. Bebe mucho, paga con propina, es educado hasta el ridículo y no da la brasa. Hasta está buenorro, y eso que debe de superar los cincuenta. Mi compañera y yo siempre decimos que algo oscuro tiene que tener. Le pega ser un profesor que abusa de sus alumnos, o algo así, pero no hemos podido comprobarlo.

—Disculpad que me meta en vuestra conversación, pero yo también he hablado con él. ¿Fascinante, no? Es como… no sé, el argumento de una serie de ciencia ficción.

—Dice que tiene hasta mañana para regresar a su año y que si no estará atrapado en el 2020. “Pues quédate aquí, corazón”, le he dicho yo. “Total, para volver a la mierda de pandemia esa que cuentas…” Pero no, se quiere volver. Algo de que si no luego nace aquí, se encuentra con su yo pasado y se produce una paradoja temporal o no sé que coñas.

—¡Como en “Regreso al futuro”!

Nos da la risa. El Profesor Buenorro empieza a hablar de una cosa que se llama la “paradoja del abuelo” y un chaval que acaba de llegar a la barra se une a la conversación. El Gracioso. En todo grupo humano hay uno, pero este, en concreto, no tiene demasiada gracia.

—Y el tipo este… Vaya egoísta hijo de puta, ¿no? Ya podría viajar al momento en el empezó su pandemia y pararla. Buscar al chino que se comió el mono y cargárselo. ¡Ja, ja! Porque seguro que ha sido eso; un chino que se comió un mono. ¡Ja, ja!

—Nos enfrentaríamos entonces, precisamente, a la “paradoja de la pandemia” —contesta el Profesor Buenorro, elevando la conversación muy por encima del nivel intelectual de su audiencia. —Si viaja al pasado para matar al paciente cero, estaría evitando la pandemia que precisamente le llevó a viajar al pasado. Se puede resolver con la teoría de los universos paralelos, por ejemplo. O a lo mejor se podría aplicar una solución matemática, como apunta un reciente estudio de la Universidad de Queensland que…

Justo en ese momento llega el Hombre del Futuro y todos se callan.

—Una cerveza, por favor.

—Cariño, que ya te lo he dicho antes —contesta mi compañera.— Que el tatuaje ese tan bonito que tienes servirá para llevarte a la cama a la francesa, pero para pagar, no vale.

Tiene mala cara, como si no hubiese dormido mucho estos días, nada raro en los sitios en los que curro últimamente. Empieza a buscar algo en sus bolsillos.

—Ya, ya, pero espera, que ahora tengo unos euros. Estaban por aquí…

Mi compañera y yo nos miramos. Nos da pena. No podemos hacerlo, y menos delante de otros clientes, pero al final saco un botellín de la nevera y se lo paso.

—Toma, anda. Me lo pagas después, cuando encuentres el dinero.

—Oye, tío, que me han dicho que vienes del futuro. ¿Y cómo es? ¿Coches voladores y tal? —dice el Gracioso.

El tipo se toma la pregunta en serio y empieza a hablar de su pandemia con cara de desesperación. No sé por qué, pero este pobre hombre me inspira mucha ternura.

—Al menos eso sí que es una epidemia de verdad y no un simple catarro usado por el gobierno para controlar a la población —interviene el Profesor.

Mira, el Negacionista. Es otro tipo de persona, en el 2020 y hace cinco siglos. Seguro que en 2089 también hay.

—¿Y qué tal con la francesa, corazón? —pregunta mi compañera. Empiezo a pensar que a ella también le gusta.

—Regular. Es una chica muy maja, pero ya ha tenido Covid. En julio. Estuvo ingresada y todo, me ha dicho. Pero claro, no me puede contagiar.

—Ingresada por un catarro… ¿Lo veis? Es una conspiración —dice el Profesor.

—Oye, viajero en el tiempo. Ayúdanos a hacernos ricos, anda. A ver, ¿en qué tengo que invertir ahora para estar forrado en el 2089? O para estar forrado antes, que igual al 2089 no llego. ¡Ja, ja!

El tipo empieza a beberse su cerveza sin molestarse en contestar. Un poco más allá, al final de la barra, una chica se ha sentado en un taburete y mira algo en su móvil. Empieza a toser sin taparse la boca, una tos seca e incontrolable. Se tambalea algo en el asiento; parece borracha. Como el tipo ha dejado de hacerles caso, el Gracioso, el Profesor y mi compañera se ponen a hablar de tetas, concretamente de las tetas de la francesa. El Profesor, como no, lo sabe todo sobre prótesis mamarias. El tipo observa a la chica, que sigue tosiendo sin disimulo, y me mira a mi. No pasa a menudo, quizá un poco más cuando trabajas detrás de una barra, pero solo hace falta que nos miremos un momento para que sepa exactamente lo que está pensando. Por un instante, hablamos con la mente.

Cojo otra cerveza de la nevera y me acerco a la chica, aunque intento mantener al menos metro y medio entre nosotras.

—Oye, esta es de parte del chico ese, el que está saludando.

El Hombre del Futuro sonríe y saluda con la mano.

Dejo a los tortolitos charlando en una esquina de la barra y me pongo a trabajar, que bastante curro hay. El Profesor y el Gracioso han desaparecido y mi compañera está tan liada como yo. De vez en cuando los miro. La chica tose, indiferente a las miasmas que esparce a su alrededor. Él, a pocos centímetros de su cara, la mira embobado. De pronto me siento muy culpable. A ver si va a ser Covid y este gilipollas… Pero bueno, es un adulto, ya sabrá lo que hace con su vida, me digo. Llega más gente, se monta una pelea, los de la puerta tienen que intervenir. El DJ pincha Bud Bunny, Rosalía, mucho reguetón que conozco de pasarme las noches en el garito, pero que no sé de quién es. Miro un momento y la parejita ya no está en su esquina de la barra. Pienso que se han largado, pero veo al tipo haciéndose un hueco entre la gente para llegar a donde estoy sirviendo mientras ella le espera cerca de la puerta.

—Nos vamos —me dice sonriente.— No sé cómo agradecértelo. Puede que me hayas salvado la vida. Literalmente. 

—Nada, hombre, para eso estamos. Pero ve con cuidado, ¿vale? Y la próxima veces que viajes en el tiempo, acuérdate del dinero.

Se ríe y se va hacia la chica, pero de pronto da media vuelta y vuelve a la barra.

—Invierte en agua —me dice bajito, tan bajito que al principio creo que está pidiendo algo de beber.

—¿Cómo que agua?

—Agua, sí. Suministradoras, empresas de depuración… Especialmente si tienen el control de acuíferos o manantiales. Ah, y ve buscando otro trabajo, que este local os lo cierran el viernes que viene.

 

*.                  *                   *

 

Los viernes siempre pasa lo mismo: la noche empieza un poco floja y la gente se hace de rogar. No sé si es que ese día se sale menos o qué pasa, pero a mi compañera y a mi nos da lo mismo. Nos pagan por horas, más un plus por lo que se sirva, y al final del fin de semana siempre viene a ser lo mismo. Mientras esperamos a que lleguen clientes, ella fisga Instagram y yo leo un libro sobre historia de las epidemias que he sacado de la biblioteca. Es mi nueva obsesión.

—¿Sabías que la gripe española se cebó especialmente con los jóvenes de entre veinte y cuarenta años?

—Lo que se aprende contigo. Alucino.

—Mujer, esto es serio. Piensa que son los que por naturaleza deberían ser más resistentes. Pues no; cayeron como moscas. ¿Y a qué no sabes por qué?

—Sorpréndeme.

—Pues porque cuando los de esa generación eran niños, hubo otra pandemia conocida como la gripe rusa, allá por 1890. Los que la cogieron desarrollaron anticuerpos. Crecieron, llegó la gripe española y sus cuerpos lucharon contra la infección, pero con los anticuerpos equivocados. ¡Usaron los de la rusa, pero era la gripe española!

—Me he perdido.

—¡Es como lo dijo el tipo del futuro, pero al revés! ¿No te das cuenta? A esos les jodió haber pasado la gripe rusa aquella. Pero a los que han tenido Covid les viene genial de cara a la pandemia esa del 2089.

Mi compañera dejó de mirar el teléfono.

—A ti se te está yendo un poco la cabeza con el loco ese, ¿no crees? Estaba bueno, cariño, pero tampoco es para tanto.

—No es eso, imbécil. Es que me llamó la atención todo lo que dijo.

—Ya.

—¿Ha vuelto a venir?

—Ayer no, desde luego. Igual aparece hoy.

Desde la puerta llega el sonido de voces y barullo. Una discusión. Miramos y vemos con horror a dos policías y al imbécil de nuestro jefe intentando convencerles de que no, de que esto no es un garito ilegal aunque lo parezca.

—¡Me cago en la puta! —dice mi compañera. —Otra vez. Segundo curro que pierdo en un mes. Venga, vámonos antes de que esto se ponga peor.

Me tira del brazo para que eche a andar, pero yo no puedo moverme del sitio.

—Esto… esto también lo dijo el del futuro, tía. Es viernes, ¿no? ¡El tipo me avisó de esto, te lo juro!

—Habrá ido él mismo a denunciarnos. ¡Joder, vamos, que van a empezar a pedir papeles!

Mi compañera tira un poco más de mi brazo y al final me da por imposible. Me llama “loca” y “gilipollas”, creo, pero la verdad es que no la estoy escuchando. He ido a por mi móvil, porque la poli me da igual y tengo cosas que hacer, sobre todo si voy a quedarme sin trabajo. Tengo que averiguar cómo se invierte en agua. ¿Cotizará el Canal de Isabel II en bolsa? ¿Los pantanos españoles? Es lo bonito de trabajar detrás de una barra. Te crees que ya lo has visto todo, estás convencida de que no tienes nada más por descubrir, y entonces va la vida y te sorprende.

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